
Una joya
Sin spoilers
No solo porque desde el comienzo la personalidad errática y turbulenta de un asesino más impulsivo que intelectual, más Dexter y menos Lecter, conquiste; o que los juegos simbólicos, el contexto social y las pequeñas historias detrás de las propias muertes atrapen. Es que Fincher borda una dirección impecable, en un larguísimo metraje que no pierde el pulso ni el tempo en ningún momento, cerrando una trama alrededor de la mente de los investigadores, del sorprendente protagonista, y al final, del espectador. Una tensión palpable que desasosiega a toda una ciudad, y a ti desde la butaca, un malestar inexplicable, que se une a la terrible certeza de estar ante una historia real.
Infantil y desconcertante, el lado oscuro de la película aparece y desaparece reflejado en las inseguridades y el tormento de todo el reparto que ocupa el lado iluminado, el lado de los buenos. Solo que esta vez la bombilla arroja una luz muy tenue, temblorosa y de un bellísimo color amarillo. Todo un acierto de casting que no hace más que estar al servicio de la contención de un director que trae al siglo XXI la magia del cine clásico.
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